Evangelio 12 de octubre
San Lucas 17,11-19.
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?".
Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".
El agradecimiento sincero, no es una virtud frecuente o abundante. Agradecer, de alguna manera nos expone a revelar que tengo carencias, que necesito o ansío algo. En una palabra, nos hace sentir vulnerables frente a algunas personas. Este problema no lo encontramos cuando agradecemos a quien amamos, porque no tememos abrirle nuestro corazón de par en par.
De diez leprosos, que creían en Jesús, uno sólo vuelve a agradecer. Los demás, ¿amaban a Jesús o sólo tenían necesidad de él? La realidad del enfermo sanado que volvió, era muy dura. Era un samaritano, es decir, un marginado, considerado por los judíos indigno de las gracias de Dios.
Su parte en la vida era mirar "desde afuera" las oportunidades y beneficios que los judíos tenían por herencia ancestral. Este hombre ve en Jesús lo que anhelaba en el fondo de su corazón: hallar a aquél que cambie su vida. Alguien muy especial a quien pertenecer. Por eso al volver, el leproso no escatima sentirse expuesto o vulnerable y es sanado ya no sólo en su cuerpo, sino también en su mente y corazón: había descubierto a Dios, el Dios de la vida. Jesús no necesitaba su agradecimiento, sino tener un encuentro personal con él. Los demás leprosos creyeron en Jesús, pero decidieron quedarse sólo con un fruto pasajero.
Si a menudo caes en esta situación de "salir corriendo" una vez que Dios te concedió una gracia muy esperada, piensa cuánto más tiene para regalarte si te reencuentras con Él. No te conformes con las primicias de su amor. Estas son señales para que lo descubras. Es posible que el mundo en que vivimos te lleve a dos posturas: el miedo a sentirte débil, relegado por la sociedad o tal vez de ser merecedor de las gracias divinas. Que ninguna de estas dos tentaciones te impida volver a Él. No te perturbes, sólo decide. Él conoce mejor que tú lo que hay en tu interior. Quiere sanarte en cuerpo, mente y corazón, compartiendo de ahora en más su vida contigo. Déjaselo todo a Él. Confía y alegra tu vida. Dios te bendice. MJRP