¿Hacia la angustia o el gozo?

Lucas  12:13

Uno de la gente le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». El le respondió: «¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aún en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes». Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: "¿Qué haré, pues no tengo dónde reunir mi cosecha?" Y dijo: "Voy a hacer ésto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea". Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?". Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.»

 

Aunque hoy es un mal tan frecuente, la capacidad de reaccionar frente a nuestra propia tendencia de caer en la avaricia, no siempre está atenta. Un avaro no se hace espontáneamente.  La avaricia germina en nuestro corazón. La vamos dejando crecer y alimentando, permitiendo que tome cada vez más dominio de nuestros actos. No sólo se da en el campo de las cosas materiales, si no en los dones y capacidades que Dios nos confió para ser sus instrumentos. (Parábola de los talentos:  Mateo 25, 14-30)

¿Y qué efectos produce la avaricia? Hay dos consecuencias terribles. La primera es la que sufren nuestros hermanos y la sociedad en general, al ser privados de algo que Dios nos confió para hacerlo crecer y compartir. Es el más fácil de identificar y por la cual hoy millones de personas sufren hambre, falta de trabajo, vivienda, oportunidades y sometimiento. Pero hay otro mal que es inadvertido por el propio avaro: la creciente insatisfacción que lleva a la angustia y de la angustia a la depresión. Por feliz que aparente ser, algo dentro de sí lo está carcomiendo como un cáncer y es la negativa a confiar y esperar. Dios puso en nuestros corazones la necesidad de creer  y confiar. Es un regalo que Él nos hizo para poder sostenernos en nuestra debilidad. Y este regalo está muy metido en nuestro corazón, por descreído que fuere ¿Y qué tiene que ver esto con lo anterior? En que el avaro se niega a confiar. Pone la seguridad en sí mismo cuando está en nuestra esencia la necesidad  de sembrar día a día, compartiendo y acrecentando el bien producido, viendo felices a quienes nos rodean y necesitan, sin siquiera saber a ciencia cierta qué pasará con la semilla sembrada. Cuando Dios te bendiga con bienes materiales y espirituales, no es para que te engordes a tí mismo. Tu felicidad será real, si te transformas en un  granero desbordado, donde tus hermanos necesitados acudan a recoger del don que Dios te ha confiado a tí, su servidor fiel que no amontona para sí. Trabaja en ello cada día. No descanses y verás los frutos. ¡Dios te bendice! MJRP- Ministerio Católico Jesús Rey de la Paz